En una cabaña que tengo en el campo donde nos reunimos desde marzo a noviembre, los domingos y algunos días de fiesta a comer y beber ( estas cosas a escote ) y pasar el día charlando (esto no se paga), desde hace treinta años, entre doce y dieciocho personas tengo colgado el cartel de la foto.
Siempre que hemos transgredido estas reglas hemos acabado discutiendo, y algunas veces demasiado acaloradamente, con los remordimientos posteriores correspondientes y la petición de perdones también correspondientes.